Sólo los espejos de azabache de su ojos son duros cómo dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celeste y gualdas... Lo llamo ¿Platero? y viene a mi con un trotecillo que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal.
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel. Es tierno y mimoso como un niño, que una niña, pero fuerte y seco como una piedra.
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