¡Ay, qué relumbres y olores!
¡Ay, cómo ríen los prados!
¡Ay, qué alboradas se oyen!
ROMANCE POPULAR.
En la duermevela matinal de Juan Ramón Jiménez, se malhumoraba con una endiablada chillería de chiquillos. Por fin, suspiró, sin poder dormir más, se levantó, desesperado, de la cama. Entonces, al mirar el campo por la ventana que tenía abierta, se dio cuenta de que los que alborotaban eran los pájaros.
Salió a su huerto y cantó gracias al Dios del día azul. ¡Libre concierto de picos, fresco y sin fin! La golondrina riza, caprichosa, su gorjeo en el pozo; silba el mirlo sobre la naranja caída; de fuego, la oroéndola charla, de chaparro en chaparro; el chamariz ríe larga y menudamente en la cima del eucalipto, y, en el pino grande, los gorriones discuten desaforadamente.
¡Cómo está la mañana! El sol pone en la tierra su alegría de plata y de oro; mariposas de cien colores juegan por todas partes, entre las flores, por la casa; ya dentro, ya fuera; en el manantial. Por doquiera, el campo se abre en estadillos, en crujidos, en un hervidero de vida sana y nueva.
Parece que Juan Ramón Jiménez y Platero estuvieran dentro de un gran panal de luz, que fuese el interior de una inmensa y cálida rosa encendida.
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